Si el rock
and roll, a través de melodías arrasadoras y guitarras imparables, siempre
ha sido una magnífica ilusión de presente infinito, Tom Petty, muerto a los 66
años por un ataque al corazón en Santa Mónica, California, fue el dueño de una
pócima indescifrable. Sus canciones contenían esa promesa eterna de vida
instantánea y llegaron a ilustrar como pocas en la música popular el sueño
perfecto del aquí y ahora, ese momento imbatible donde todo lo importante
sucede bajo el embrujo de unos acordes
El artista
murió a en el hospital UCLA, donde se encontraba ingresado tras ser
hallado horas antes inconsciente en su casa.
"Estamos desolados de anunciar la muerte prematura de nuestro padre,
esposo, hermano, líder y amigo Tom Petty", anunció su representante, Tony
Dimitriades, en un comunicado publicado en la cuenta de Twitter del artista. "Murió en paz rodeado de su familia, sus compañeros de banda y
amigos". Petty estaba en la recta final de una gran gira para celebrar los 40 años de su carrera junto a la banda de acompañamiento
de toda su vida, The Heartbreakers.
Hay cosas que
nunca trascendieron mucho en la vida de este icono de la música estadounidense
del último medio siglo que tal vez ayudan a explicar por qué Petty, que se ha
ido demasiado pronto y por sorpresa, es el magnífico músico que fue. Una
especie de mago que estiraba el presente hasta límites imposibles gracias a un
don melódico irrepetible. Una de ellas ha sido que vivió una infancia bajo el
yugo asfixiante de su padre. Nacido en Gainsneville, Florida, Petty creció bajo
los maltratos de un padre severo y mediocre que pagó con su hijo todas sus
frustraciones. Nunca entendió que aquel chico tímido hallase refugio en las
canciones de Bob Dylan o Elvis Presley, que dijese que escucharlos era como
sentir que los marcianos hubiesen llegado a la tierra con un mensaje nuevo. El
trauma lo suplió con canciones. Encerrado en su habitación, el joven Petty
decidió encontrar la salvación en la música. Y algo más importante, como más de
una vez dijo: devolverle a la música todo lo que le dio.
Amparado por
su madre, un pilar fundamental en la existencia dolorosa del chaval, Petty
pronto formó parte de bandas de instituto hasta que consiguió profesionalizarse
más o menos con Mudcrutch. El grupo lo formó con Bruce Felder, hermano del profesor
de guitarra de Petty, Don Felder, quien más tarde ingresaría en los Eagles, la
banda de country más grande del planeta. Con Bruce y dos amigos más, Mike
Campbell y Benmont Tench, Mudcrutch se convirtió rápidamente
en una sensación en el Estado de Florida. Con ese
rock de toque sureño, impulsado por la voz de soul blanca de Petty, el
grupo se hizo muy popular en varias ciudades, pero fue un fracaso a nivel
discográfico. No llegaron a registrar más que una serie de canciones y nunca
pudieron publicar un disco.
Ante esta situación, Petty se fue a Los Ángeles, uno de los epicentros
discográficos de Estados Unidos, con el fin de conseguir grabar un primer
álbum. Felder se quedó por el camino, pero no lo hicieron Tench ni Campbell, a
los que el músico del flequillo plateado reclutó para su proyecto en
California. Dijo Petty en su día que no entendía su vida sin la música ni sabía
tener otro lenguaje que no pasara por las canciones y, por tanto, no quería
renunciar a su sueño. Era la única vida posible para él. Y así fue. Tom Petty
and The Heartbreakers –un nombre que nació medio en broma en una sesión de
grabación- nacieron con esa urgencia existencial en sus canciones, como
instigando a esas ilusiones de vivir intensamente el presente. En 1976, Petty,
dueño absoluto de la banda ante las desavenencias que vivió en Mudcrutch,
publicó su primer disco con su grupo de acompañamiento, liderado por un
fabuloso guitarrista como Campbell, un 24 quilates de las cuerdas y mano
derecha de Petty desde entonces.
Desde ese
primer álbum, Tom Petty and the Heartbreakers, el grupo caló en la audiencia
estadounidense, pero también en la británica. Ese fue un logro que no estaba al
alcance de todos, empezando por el referencial Bruce Springsteen, más tarde
portavoz del rock and roll norteamericano en todo el planeta. Las
canciones de Petty tenían una visión melódica absorbente pero además encajaban
de maravilla en el espíritu de la nueva ola británica, amparada por The Faces,
The Jam, Nick Lowe, Elvis Costello o Graham Parker. Debido a esa búsqueda de
contacto humano instantáneo, propia del mejor pop de todos los tiempos, el rock
de Petty guardaba un sutil toque punk, propicio para los tiempos. Su fascinante
emergencia emocional quedó también plasmada en discos como You're Gonna Get
It! (1978), Damn the Torpedoes (1979) –tal vez su gran obra maestra-
o Hard Promises (1981). En todos ellos, como el mejor Springsteen, Petty
radiografiaba al ciudadano medio americano, damnificado por las grandes crisis
económica y de valores –Vietnam, Watergate…- que crearon toda una legión gris
de operarios a la sombra del sueño americano. Las canciones de Petty no solo
eran puro escapismo, acelerando el ritmo vital con arrolladoras melodías
guitarreras y ofreciendo historias de huidas a la caza de horizontes
imposibles, sino que además, en los mejores casos, se hacían desde un punto de
vista femenino, como en American Girl, Refugee, Learning to Fly o Mary
Jane’s Last Dance, dando pie a calar profundamente en la psicología de las
mujeres, un público que siempre le demostró su admiración.
Con esa visión instrumental y lírica tan esencialmente americana, Petty, un
autor que en Europa se movía en los extremos de la admiración sin paliativos y
el desconocimiento o indiferencia totales dentro de la parroquia rockera, era
profeta en su tierra y un músico entre músicos, admirados por coetáneos y
maestros como Dylan, con el que llegó a formar la mejor de las bandas
imaginables: los Travelling Willburys. Él, Dylan, George Harrison, Jeff Lyne y
Roy Orbison dieron rienda suelta a este juguete en forma de grupo y pasaron a
la historia, por su calidad sonora y su diversión contagiosa.
Petty ponía
su pócima al servicio de ese grupo. Esa pócima melódica que, aún hoy, en pleno
siglo XXI, es imposible descifrar, como la de la Coca-Cola. Un secreto sonoro
que también desarrolló magistralmente en solitario, cuando a finales de los
ochenta decidió unilateralmente tirar por su cuenta y detener durante una
temporada a los Heartbreakers. Jeff Lyne y Mike Campbell –del único que no se
libró en su carrera en solitario- le barnizaron su rock hacia tintes aún más
pop. Su pócima volvió a ser un éxito en el delicioso disco Full Moon Fever
en 1989. Luego, con la ayuda de Rick Rubin, buscaría un cambio sonoro más
anclado en las raíces del folk en el también interesante Wildflowers, en
1994.
Con los
Heartbreakers, tal vez una de las mejores formaciones de rock de todos los
tiempos por su ejecución certera y sin aspavientos, sacó discos notables hasta
el final de sus días, como Echo, The Last Dj o Mojo, con ese
blues de carretera dentro. También volvió, décadas después, a reunir a Mudcrutch, llegando a
publicar dos álbumes que nunca nadie esperaba.
El adiós de
Tom Petty es un duro golpe para la música norteamericana. Este año estaba
celebrando los 40 años de carrera con los Heartbreakers. Tocando sus clásicos y
agradeciendo a un público fiel como pocos que aquel chaval de Florida
maltratado por su padre pudiese haberse dedicado profesionalmente a su sueño.
Un sueño que en sus canciones sonaba infinito.